Cuán poco conozco ese rostro, ese cuerpo, ese ser. Y ya pongo todo ese juego tan bonito y dulce a favor.
No existe el miedo. No hay temor de apostarte.
Ya no tengo otra opción, ya no. Sólo puedo fantasear. Soñar con vos.
Vi que llegaba, se acercaba. Aquel rostro y cuerpo tan desconocido, se aproximaba a mi.
Así, el abrazó nos acercó.
Puse toda la pasión, tal vez te quedarías así. No hizo falta.
Entonces llegó el beso. Me besó. Lo besé. Arriesgándonos con la verdad. Arriesgándote con la verdad, vos entregaste aquel sentir.
Caricias. Caricias que petrificaron la ciudad.
Éramos dos tazas de porcelana rodeadas de edificios, torres, almacenes.
Colectivos. Colectivos transformados en un tonto jueguito. No había que caerse. No había que despegarse, uno del otro.
Mientras tanto jugábamos con nuestros labios, todo el tiempo. Todo el tiempo.
La despedida, desagradable, pero azucarada.
(No tan mío. No tuyo.)