lunes, 3 de agosto de 2009

tensión y confusión en la mansión, en mi cerebro sin compasión.

Traté mal a mi mamá y me puse a llorar.

Le dije a mi hermano que lo amaba y me puse a llorar.

Mi hermano me abrazó, fuerte. Estoy mucho mejor.

Acá, en la terraza, el sol me pega en la cara. No me pega, me acaricia suavemente: estamos en invierno.

La portera me dio biscochitos de grasa, diciendo: ‘comé, vos que podés.’

Gracias.

Tengo muchas cosas en la cabeza, y ninguna es buena ni alentadora.

Sólo me alientan las palabras de Dios, diciéndome que después, vendrá algo mejor.

Y si, en mi camino se antepusieron un par de piedritas, pero que ahora me molestan, y hacen que tenga que saltar constantemente, pero que después las voy a dejar atrás y voy a poder caminar tranquila otra vez.

Las palomas me pasan volando por arriba, veo su sombra. Son muy estúpidas.

Qué linda es la sombra, pero aún más, aquello alumbrado por el Sol.

Tengo una imagen frente mío, del Sol cantándole a las pocas nubes que se asoman en lo celeste; y las copas de los árboles moviéndose lentamente: no hay mucho viento hoy.

Los ruidos están lejos, estoy en el octavo piso, y puedo escuchar el sonido de la birome con el cuaderno. Puedo escuchar al silencio, valioso silencio.

Tengo ganas de que me abrase y me mueva lentamente de un lado al otro. Tengo ganas de ver sus ojos cerrados, disfrutando el momento. Tengo ganas de sentirlo cerca.

El Sol deja de acariciarme de a ratitos, y de a poco se va olvidando de mi, hasta mañana. Entonces el viento comienza a salir de su cueva, llenándome de frío y tristeza.

Vine a que el Sol me contuviera.

En mi casa hay mucha tensión, y él llegó para ver a mamá hoy.

30/7

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día color naranja, tiempos mejores.-

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